Dicen que los vínculos inexplicables, se explican ellos mismos como una especie de rebeldía mágica que los hace únicos, fenómenos que no se repiten y que solo se dejan ver con los ojos de quien quiere entenderlo. Así es como explico la historia que les voy a contar y que con honestidad me emociona escribir. 

Desde que tengo uso de razón en mi vida he estado rodeada de naturaleza, aventura y personas que, por supuesto, hicieron de mi alrededor una invitación a explorar de alguna manera. Siempre fui muy amiga de subir en los árboles y claro, vivir rodeada de todos los animales que se pudiera, especialmente los perros.

Tener un perro propio fue el sueño de mi vida desde que tengo memoria, siempre convertía los perros de mis amigos en mis perros y les pedía que me dejaran pasearlos, les enseñaba trucos y a jugar fútbol, no había nada que me hiciera tan feliz como eso. Pero mi mamá tenía nociones diferentes al respecto de la tenencia de un animal y sus gastos.

 

Recién cumplía diez años cuando un día, mientras jugaba en la calle, me enteré que había un perro abandonado, era apenas un cachorro. Como pude le construí un refugio para pasar la noche y me fui a mi casa con un plan de tenerlo para siempre. A la mañana siguiente corrí muy de madrugada y lo traje a la casa. 

Era claro que nadie le podía decir que no a un cachorro, así que mi mamá no fue la excepción, logré que se quedara por un tiempo y todo estaba bien, pero la responsabilidad de cuidado no fue algo que tuve en cuenta. Entonces un día llegué del colegio y él ya no estaba, mi mamá decidió ponerlo en una casa donde estuviera mejor.
Con el corazón roto y las palabras de mi mamá retumbantes diciendo que solo podría tener un perro hasta que fuera responsable de él en todos los sentidos, avance con mi vida. Cumplidos 16 logré tener mi primer gato y cumplidos 23 el segundo, para ese punto parecía que nunca iba a tener un perro y tendría que conformarme con consentir los que veía por ahí. 

En septiembre de 2021 recibimos una videollamada con la noticia de que en la finca habían nacido 10 cachorros pastor alemán, la idea era alimentarlos, darles tiempo adecuado con su mamá y venderlos ya que eran puros de raza. Inmediatamente supe que debía conocerlos, tres meses después así fue. 

Fuimos a la finca y conocí a Bongo, podría decir que fue amor a primera vista, él era el más pequeño de su manada y al comer todos llegaban primero que él, pero era especialmente consentido y muy inteligente. 

No lo supe en ese momento, pero él era ese amor que me demoré 27 años en tener. No tardé mucho en convencer a mi mamá de permitirme traerlo, para ese punto mi mamá estaba más enamorada de él que yo, se dormía en sus pies y la miraba con cara de cachorro de peluche, efectivamente no pudo resistirse.

En casa todo fue un desafío, el mes que pasó sin poder salir porque aún no completaba su esquema de vacunas, sus dientes filosos porque aún no tenía los que serían para toda su vida e ingeniarse la forma de entretenerlo y que gastara toda su energía sin destruir nada en casa. 

Los perros durante la pandemia cobraron un valor especial en la vida de sus humanos, muchos de ellos salvaron la salud emocional y mental de sus personas y gracias a eso es posible decir hoy que el perro más que considerarse una mascota se considera uno más en la familia y su cuidado va en esa misma dirección. 

Mi caso no fue la excepción, tuve que aprender al tiempo que él a crear el mejor de los vínculos perro – humano, los sacrificios y las recompensas que esto trae consigo.

Su presencia y la manera  como afecta a los miembros de la familia, hacen que se le tenga en consideración en cada una de las decisiones relevantes para él. La tenencia responsable se convirtió en algo sobre lo que debíamos leer y aplicar lo mejor posible 

Y al final, a diario, cuando viene a despertarme en las mañanas o cuando espera pacientemente por mi en las noches con sus orejas abajo entiendo que realmente conoces el amor genuino y verdadero cuando tienes un perro, pero con él también viene una responsabilidad igual de grande. 



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