Por: Jose Escobar Romero – jescobarr3@ucentral.edu.co
La comunicación inclusiva no es un adorno retórico ni una moda de temporada, por el contrario, debe ser una práctica ética que transforme audiencias y democracias, de manera tal que cuando los medios y los comunicadores adopten un enfoque que visibiliza sin estigmatizar, amplifican voces silenciadas, mejoran la calidad informativa y contribuyen a sociedades más justas.
Esta práctica busca garantizar que los mensajes, formatos y canales consideren la diversidad humana desde género, discapacidad, origen étnico, edad, orientación sexual o condiciones socioeconómicas, pues no se trata solo de incluir rostros en una gráfica, sino de repensar las narrativas para que no reproduzcan prejuicios.
Este ejercicio implica revisar el lenguaje, evitar etiquetas reductoras, adaptar accesos tales como subtítulos, lectura fácil, audiodescripción, etc., y diseñar procesos participativos en los que las propias comunidades cuenten sus historias, en las que la inclusión se convierta en criterio editorial para que el periodismo gane legitimidad y las audiencias ganen confianza.

Este cambio de pensamiento requiere algo más que buena voluntad y exige formación profesional que entregue herramientas técnicas y sensibilidad socio-cultural para producir piezas informativas responsables, porque la comunicación inclusiva importa y el periodismo sin etiquetas puede convertirse en norma gracias a iniciativas como las de Abain Colombia que labran el camino de la inclusión.
No basta con mostrar a personas diversas, sino que hay que darles agencia para que la participación activa de las comunidades forme parte de la elaboración, edición y difusión de la información, marcando la diferencia entre visibilidad instrumental y empoderamiento comunicativo, entendiendo este paso pedagógico como una posibilidad de enseñar a las audiencias a valorar voces distintas.
Periodismo sin etiquetas
El periodismo sin etiquetas busca evitar reducciones que conviertan a una persona en su diagnóstico, en su identidad única o en el resumen sensacionalista de una vida, y esto, en la práctica, exige fuentes variadas, contexto histórico y social, y encabezados que informen sin condenar, en medio de una tensión permanente entre lo urgente de dar la noticia y lo cuidadoso de proteger la dignidad, y desde esta motivación, cada vez más medios y salas de redacción asumen esta filosofía, desarrollan protocolos o guías de estilo sobre discapacidad, género y diversidad, para promover la formación continua de sus equipos y prevenir errores que luego son difíciles de corregir ante audiencias críticas.
Adoptar un periodismo sin etiquetas es asumir una responsabilidad pública y social, no sólo por respeto a los protagonistas, sino porque las formas de contar configuran opiniones, políticas y derechos desde la praxis informativa, que debe ser, por tanto, formativa y rigurosa, entendiendo que la empatía no se improvisa, sino que se construye con herramientas educomunicativas.
Los programas universitarios y las escuelas de comunicación en la actualidad integran la teoría crítica con las prácticas de campo y las competencias técnicas (audio, video, edición, accesibilidad digital, etc.), de tal manera que un profesional formado pueda segmentar audiencias, diseñar estrategias inclusivas, usar lenguaje apropiado y medir impacto social.
Sin esta formación, los esfuerzos por comunicar inclusivamente quedan en buenas intenciones que la práctica desmiente y por eso la calidad educativa en comunicación es inversión social que reduce los estigmas, mejora las políticas públicas y fortalece la confianza entre medios y ciudadanía, incluyendo a las poblaciones diversas.
Accesibilidad para llegar a todos
Los avances tecnológicos facilitan hoy prácticas inclusivas mediante subtítulos automáticos, audiodescripción, lectores de pantalla, interfaces sencillas, entre otras funcionalidades, pero no sustituyen la decisión editorial de implementarlos, teniendo presente que la accesibilidad es tanto técnica como cultural y, por tanto, requiere políticas de medios que prioricen formatos accesibles y presupuestos que cubran la adaptación de contenidos.
La comunicación inclusiva implanta entonces estándares que, a la larga, amplían audiencias y mejoran la calidad de la información pública, haciendo que invertir en accesibilidad multiplique el alcance del medio, mejore la reputación institucional y cumpla con la promoción de los derechos humanos, en una apuesta por la equidad informativa.
En temas de discapacidad, identidad de género o minorías étnicas, la correcta identificación de fuentes incluye expertos desde la propia comunidad, las organizaciones civiles y los académicos especializados, en una práctica proteja tanto al sujeto de la noticia como a la credibilidad del medio, pero para lograrlo es necesario informar con rigor para no reproducir prejuicios, evitando que la cobertura naturalice los estereotipos.
Priorizar la voz propia
Dar voz a las organizaciones y portavoces reales de una comunidad no solo enriquece la historia, sino que sirve de filtro contra representaciones vacías o dañinas, por eso, conocer el trabajo de Abain Colombia, tal como se hizo recientemente en la Universidad Central, es un ejemplo palpable de cómo la formación especializada y el enfoque pedagógico pueden transformar la práctica comunicativa.
Nacida como escuela digital inclusiva, Abain forma en periodismo, radio, fotografía y liderazgo digital a personas con diversas discapacidades, facilitando su inclusión en medios y entornos productivos, por lo que medios nacionales han recogido su trabajo y su impacto, que ha sido reconocido por grandes medios como Caracol Radio, El Espectador y W Radio, en donde se ha contado la historia de su proyecto mostrando cómo los estudiantes realizan prácticas en salas de redacción y estudios profesionales.
La propuesta de Abain combina metodologías adaptadas, formación práctica en entornos reales y bajo costo, lo que elimina barreras de acceso. Además, su alianza con universidades y medios facilita espacios de práctica y visibilidad a un modelo que demuestra la forma en que la inclusión y la profesionalización son compatibles y rentables en términos sociales.
Retos pendientes y resistencias culturales
A pesar de los avances, aún persisten barreras que se enmarcan en prejuicio social, falta de presupuesto, desconocimiento técnico y modelos de negocio que no priorizan la inclusión a lo que se suma el riesgo de una “inclusión cosmética”, en la que la diversidad aparece sólo en imágenes, pero no se inserta en los procesos.
Superar esos retos exige formación sostenible, indicadores de calidad y voluntad política en medios y organizaciones, que están llamadas a realizar capacitaciones continuas, procurar incentivos fiscales, implementar premios a las buenas prácticas y generar convenios público-privados para reducir las fricciones y promover estrategias replicables en distintos territorios.
La comunicación inclusiva y el periodismo sin etiquetas son prácticas que necesitan conocimiento, entrenamiento y compromiso ético, y es así como iniciativas metodológicas, como la de Abain Colombia, demuestran que la combinación de formación profesional, metodologías adaptadas y vinculación real con medios produce resultados concretos.
Los retos principales son generar más empleabilidad, mejorar la calidad informativa y promover la transformación cultural, pues si queremos una comunicación que refleje la riqueza social, debemos invertir en la formación de profesionales capaces de contar sin reducir, de verificar sin herir y de construir narrativas que fomenten la igualdad, consideran que esa inversión es, en el fondo, una apuesta por la democracia.